Andresa Goñi y su hija Pilar Garcia. Foto de Chema Pérez. |
Diario de Noticias de Navarra.
Noticia publicada el 15 de diciembre de 2002.
Especial.
Artículo de: Ana Ibarra.
Los fusilados de la Guerra Civil.
Cáseda.Antero García, impulsor de la UGT de Cáseda y uno de los principales defensores del reparto del comunal entre los pobres, fue fusilado junto con otros 38 vecinos de Cáseda, Mendavia, Cárcar y Andosilla. Su viuda Andresa Goñi Esparza tiene hoy 92 años pero el sentimiento de odio todavía ruge. Su hija Pilar emprendió una larga odisea hasta encontrar el hoyo al que fue arrojado en 1936. Dar sepultura a esos restos (1979) para que la memoria “viva” les ha reconfortado.
Andresa Goñi.
Viuda de Antero García, uno de los 43 asesinados en esta enfrentada localidad.
“No deseo el mal a nadie, pero sigo sintiendo odio y miedo:
¿Fue una guerra o una cacería?”
El tiempo silenciado ha durado tantos años que les ha desgarrado por dentro. Por eso y para no sucumbir a la locura, para poder sobrevivir, para dignificar el pasado y su desmemoria uno necesita aferrarse a algo, a sus propios principios, a quienes los defendieron y, sobre todo, necesita transmitirlos. Y con orgullo. Uno que no es otro que el hijo, la mujer, el amigo… poco más. Los mismos que compartieron antes, durante y después la secuencia de la impunidad y el dolor, la omnipotencia del poder y el vacío de la historia. En ese orden. “Están muertos y como si fueran perros”. Andresa Goñi Esparza, una de las últimas viudas casedanas, no tiene la voz quebrada de una anciana de 92 años, su quejido es potente y su mirada rebelde pese a que, entre relatos, se desploma en llanto. La rabia mantiene sus labios apretados. Como si fuera ayer, como si 66 años que han pasado desde que fusilaron a su marido no hubieran conseguido dulcificar su carácter.
“Desde los 26 años estoy rabiando. No deseo el mal a nadie pero he odiado a la gente y sigo sintiendo odio”. ¿Para qué ha servido esa guerra?, pregunto. “¿Guerra o caza? Para tener odio y para no perdonar”, sentencia. Encontrar los restos de aquellos hombres ajusticiados y darles sepultura es lo único que realmente ha reconfortado su espíritu. “Ante el mundo se les ha hecho un homenaje”. Su hija, de 72 años, madre de tres hijos y abuela de tres nietos, tenía cinco cuando acribillaron a su padre un 4 de diciembre de 1936. Dos años después de perderlo recibió la primera Comunión vestida de negro y, en lugar de medalla, lucía en su pecho una fotografía de su padre. “Yo me quedé mas conforme con eso porque ellos nos hacían no creer en nada”, confiesa su madre con la misma dignidad y orgullo que le han mantenido viva tantos años. Es la segunda generación la que se ha enorgullecido de los perdedores: “Ante el mundo se les ha hecho un homenaje. Los hijos y nietos de aquellos luchadores conoces su historia para que la memoria viva, para que no se repita”.
La iniciativa que han llevado a cabo los familiares de los fusilados en Navarra y que ha llegado hasta el Parlamento foral para su reconocimiento político “llega tarde, pero es positiva”. “Desde que se instauró la democracia se tenía que haber dignificado a estas personas y condenar los hechos. A los que murieron de la otra parte, desde luego no tantos, siempre se les ha reconocido y se les ha dejado recordarlos, pero no a los nuestros. Pasaron muchos años pero seguía siendo un tema tabú”, señalan. Superada la Transición democrática, Pilar García Goñi emprendió la insegura y peligrosa tarea de encontrar los restos de su padre y de otros cuatro camaradas rojos (socialistas, republicanos, de la UGT y de la CNT) que, tras su detención durante la guerra, fueron encarcelados en Pamplona donde permanecieron durante cuatro meses antes se ser ajusticiados. Pilar supo a través de diferentes testimonios que a su padre lo mataron en el paraje de Sengariz situado junto a la carretera a Sangüesa, si bien desconocía su emplazamiento concreto. La clave fue su visita a Izco. Gracias a la colaboración de un vecino mayor que le acompaño por caminos y campos consiguió llegar al lugar candidato. “Allí deposité unos claveles rojos de plástico y una tarjeta plastificada con mi dirección para que aquellas personas que buscaban pudieran ponerse en contacto conmigo. Y así fue porque dos vecinos de Mendavia y Cárcar terminaron allí, y nos pusimos de acuerdo para desenterrar los restos”, relata Pilar. Su sorpresa fue descubrir que no eran cinco sino un total de 38 los hombres que acabaron sus días en aquel hoyo, procedentes de Cáseda, Mendavia, Cárcar y Andosilla. Sus familiares encargaron un panteón y organizaron un funeral el 10 de junio de 1979. Ejercer la libertad necesita la presencia de otro que la habilite y aquel acto fue “reconocer” que lo siniestro no puede ocultarse.
“Pusimos al panteón una paloma de la paz y un día la encontramos rota, creíamos que era algún chaval pero después de volverla a colocar con un pequeño atrio estaba tiroteada; no era una gamberrada. Se repuso, pero estoy segura que sus autores ni siguiera vivieron esa época sino que fueron los hijos a los que se les ha inducido ese odio”, reflexiona Pilar. Tras aquel funeral, Pilar acudió a más de una veintena de pueblos para honrar a otros muertos. “Confraternizamos todos, hicimos cantidad de amistades y fue muy emocionante. Todos los muertos eran uno. A varios pueblos los socialistas acudieron e incluso en algunos con coronas de flores, pero en Cáseda no aparecieron y aquello me produjo una desilusión enorme”, sostiene.
Su madre entendió entonces que los socialistas todavía tenían miedo a reunirse todos juntos, pero su hija rebate esta opinión al afirmar que Andresa todavía tiene el miedo “metido en el cuerpo”. “Cuando me dijeron que mi marido había desaparecido se me ensanchó el cuerpo porque ya no me importaba lo que me pudiera pasar”. Rechaza pese a todo ser una mujer de coraje y afirma que ha habido casos peores, mujeres que quedaron viudas con cinco y seis hijos, y “tuvieron que ir a trabajar a casa de los que les habían hecho el mal con buena amargura si querían dar de comer a sus hijos”.
Postguerra
La postguerra fue dura. Se impuso la ley del silencio. “Cada uno vivía como podía pero nadie hablaba. Se vivió muchos años con miedo. La tierra se la quedaron ellos y muchos la hicieron de su propiedad”. “Mandaban los falanges y requetés y nosotros éramos los comunistas, los rojos, los malos”, dice Andresa. La religión era además utilizada, mantienen, de forma interesada cuando, en realidad, “entre los fusilados había hombres que iban a misa todos los días, que rezaban el rosario…”. Andresa sufrió además otro tipo de vejaciones como otras muchas mujeres. A catorce de ellas les cortaron el pelo al cero y las pasearon por las calles. “Las llevaban a misa con el pelo rapado después de haber fusilado a sus maridos”, relata Pilar. A Andresa no se le olvidará mientras viva una misa mayor a la que les obligaron a asistir. “Fuimos co las cabezas cortadas, y había tres falanges a un lado y otros tres a otro con fusiles y las bayonetas caladas que brillaban como la plata. En ese momento sentí de todo corazón que si Dios existía de verdad, tenía que hundir la iglesia”. Los mismos que iban a la novena de la Purísima, tras comulgar se reunían para “señalar a los que tenían que caer. Y decían que desde los siete años había que liquidarlos”.
Perfil.
ALBAÑIL, SOCIALISTA Y DEFENSOR DEL TRABAJADOR.
Antero García fue el impulsor de la UGT de Cáseda. Era habitual colaborador de la prensa socialista y en sus artículos denunciaba los atropellos que venía sufriendo la clase trabajadora. En uno de ellos se posicionaba abiertamente a favor del control de la natalidad.
Fue secretario de la Asamblea Socialista de Navarra celebrada en Villafranca el 18 de junio de 1933.
La víspera de la sublevación armada, la gente de izquierda ya se ha enterado por la radio del levantamiento de África. Al día siguiente (19 de julio) parte en taxi hacia Pamplona una comisión formada por Lino García, en representación del Ayuntamiento; Juan Campoy, de la CNT; Dimas Remón, de las JJSS; y Antero García de la UGT para entrevistarse con el Gobernador y recibir instrucciones, aunque éste ya ha sido destituido. En un control, un Guardia Civil destinado a Cáseda los reconoce, apresa y traslada a la cárcel de Pamplona, según Andresa. Los compañeros, al enterarse, deciden reunirse fuera del pueblo y en el camino se cruzan con un coche de falangistas que comienzan a disparar produciéndose el primer muerto, jornalero de la UGT. “El movimiento obrero era muy fuerte, además la mayor parte de la gente no sabía ni escribir y unos cuantos como mi marido ayudaban. Era un hombre inteligente, de ideas claras, defensor de la justicia y la igualdad”, saca pecho Andresa. Natural de Carcastillo y albañil de profesión, “se hizo contratista y precisamente su última obra fue el cementerio donde ahora está”, explica Pilar. “Ayudaba a todos los obreros. Si alguien venía a pedir trabajo para ir al Canal, esa noche cenaba en casa o le daba algo”. En su persona también recayó las gestiones y litigios del comunal. En Cáseda hubo mucha pobreza y también “abusos”. “La gente salía a la plaza para que los ricos les pagaran a jornal y estaban por tres pesetas desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche en tiempo de la siega y de la trilla”. Además, el conflicto de las tierras separó a muchas familias. El mismo día en que fue asesinado escribió a su mujer conociendo su destino y sin decir nada. La familia supo que en los cuatro meses de prisión recibió “paliza tras paliza”.
Diario de Noticias. Domingo, 15 de diciembre de 2002.